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El último que apague la luz

El aislamiento y demás aspectos que implica la pandemia por la cual transitamos nos invita a reflexionar sobre la fuerte dependencia a la electricidad que desarrollaron nuestras vidas. Todas nuestras actividades incluyen algo que demanda dicho suministro, ya sea en las actividades domésticas cotidianas, industrias, dependencias gubernamentales, escuelas y, cabe destacarlo, todo nuestro sistema de salud depende de dicho recurso.

Es por ello que resulta propicio reflexionar sobre cuales deben ser las políticas referenciadas a la matriz energética argentina, es decir, las fuentes de energía con las que contamos y podríamos contar a futuro, así como también acerca de la distribución de la misma y el rol fundamental del Sistema Argentino de Interconexión (SADI) que permite que la misma llegue a los consumidores de todo el territorio nacional.

Los datos son claros: En nuestro país el consumo de energía paso de casi 44.000 toneladas equivalentes a petróleo de suministro eléctrico en el año 1990 a unas 79.000 toneladas equivalentes en el año 2018, y para el 2040 se espera que el consumo del mundo aumente en un 60%. Por otro lado, como informó CAMMESA en su análisis de la demanda eléctrica durante la pandemia, la misma afectó el consumo eléctrico de nuestro país fuertemente desde abril y recién en noviembre comenzaron a notarse pequeños repuntes en el sector de grandes consumos relacionados a industria y comercio.

Fuente: CAMMESA – Evolución Demanda MEM – Efecto Cuarentena

El grafico y la tabla, conformados en base a los mismos datos, presentan dos efectos contrapuestos de la pandemia en la demanda de electricidad en relación al año pasado,es decir, un efecto residencial y otro efecto comercial/industrial.

Por un lado, se observa un incremento en la demanda residencial, explicada principalmente por el mayor tiempo de presencia de las personas en sus hogares, con el consecuente impacto en el uso de electrodomésticos sumado al mayor uso de computadoras y demás aparatos eléctricos debido a factores como el home office. Este efecto tuvo una magnitud especialmente importante en los primeros meses del ASPO, que hizo coincidir el momento más estricto del aislamiento con el comienzo del invierno (donde el consumo de electricidad residencial suele ser mayor debido a la utilización de calefacción).

Un segundo efecto, mucho mayor en magnitud, es la caída de la demanda eléctrica industrial. El freno casi total de la actividad llevo a la demanda de electricidad industrial a mínimos históricos, la cual ya se encontraba muy golpeada por las crisis cambiarias del 2018 y 2019.

Aunque se observa en los datos una recuperación y normalización parcial de la situación, los datos de noviembre siguen mostrando una caída en relación al año anterior. Como se puede observar, parecería ser que el consumo residencial regresó mucho más rápido a sus niveles normales que la actividad industrial. Aunque es difícil saber a ciencia cierta porqué ocurre esto, es lógico pensar que la reactivación económica tomará un tiempo en darse. Las empresas e industrias que cerraron durante el encierro no reaparecen mágicamente cuando este termina. Asimismo, una caída en los ingresos producida por la recesión explicaría que el consumo residencial no aumente demasiado.

Resulta interesante destacar que la caída en la demanda le permitió al país tener un saldo comercial positivo en su generación eléctrica (es decir, exportar más de lo que importa), principalmente a Brasil. Como se observa en el gráfico, en los últimos 15 años esto solo había ocurrido dos veces, en 2006 y en 2016.

Fuente: CAMMESA

Si bien la caída del sector es alarmante, también nos interpela a pensar en sus efectos colaterales, y si hablamos de cuestiones ambientales, resulta claro que este hecho tiene su efecto positivo: Las restricciones provocadas por el COVID-19 no solo afectaron a nuestro país, sino a todo el globo, donde la caída de las emisiones de CO2 en el primer semestre del año 2020 fue mas grande que la generada por la Segunda Guerra Mundial y la crisis financiera del 2008. Esto se explica fácilmente, debido al freno que la pandemia puso a actividades con altos niveles de emisión de CO2 asociados, como lo son el transporte, industria y, por supuesto, la energía; en el primer caso las emisiones llegaron a caer hasta un 40%, mientras que en el caso industrial fue del 17% y para la energía fue de un 22%.

Si bien desde julio los niveles fueron recuperándose y acercándose a los niveles de emisión normales, es inevitable pensar en que las consignas planteadas en el debate energético son claras:

  • Debemos descender el nivel de consumo energético, logrando eficiencia y aprovechamiento consciente.
  • La matriz energética de cada país debe reconfigurarse y abandonar la dependencia frente a hidrocarburos y combustibles fósiles, apostando a energías renovables.
  • Debemos apostar a la democratización energética de nuestro país, con herramientas como la Ley General del Ambiente, la Ley de Energías Renovables y la Generación Distribuida.

La diversificación de nuestra matriz es urgente: Somos completamente dependientes de los hidrocarburos, con más del 84% de nuestra matriz primaria basada en ellos, es decir, dos tercios de la producción eléctrica nacional, con un resto conformado por energía nuclear, hidroeléctrica y fuentes renovables.

Pero no todas las medidas son macro: En la actualidad contamos con acceso a pequeños equipos de generación distribuida los cuales permiten la instalación de pequeños aerogeneradores o paneles solares (solo por dar algunos ejemplos) por parte de usuarios domésticos o Pymes, generando autonomía energética o al menos disminuyendo la demanda de la red e incluso pudiendo aportar un sobrante a la misma. Es decir, el cliente se convierte en un Usuario-Generador bajo la ley 27.424 de fomento a la Generación Distribuida de Energía Renovable.

En 2019 se vio un despegue en la cantidad de usuarios generadores, dado que se conectaron a la red 67 usuarios por 851 kilovatios (kW) de potencia total. Otros 280 usuarios cuentan con la “reserva de potencia” aprobada, por una potencia total de 3221 kW. Los paneles fotovoltaicos instalados en las nuevas viviendas del Barrio 31 poseen 1200 kW de potencia, los cuales proveen a las viviendas de energía eléctrica. De esta forma, los vecinos cuentan con agua fría y caliente aún con cortes de luz y ahorrarán en el pago de servicios que comenzará cuando termine el Plan Integral de Infraestructura del barrio. Este es solo un ejemplo de las posibilidades que este modelo de generación plantea. Si todas esas instalaciones se concretan, la generación distribuida representará pronto más de 5 MW de potencia fotovoltaica: la potencia de 5 centrales “grandes” como el Parque Solar Fotovoltaico San Lorenzo (Santa Fe), o PSF Terrazas del Portezuelo (San Luis).

Por lo tanto, podemos establecer que la generación distribuida acompaña el crecimiento exponencial de las altas potencias de cara a los próximos años, pero a una escala obviamente menor por tratarse de menores potencias.

Si bien contamos con esta herramienta , es cierto que tan solo 9 provincias cuentan con distribuidoras inscriptas en la plataforma digital de acceso público que permite realizar los tramites que autorizan a los equipos de generación distribuida, por lo cual, no resulta clara la instrumentación de la normativa.Nuevamente,es vital generar herramientas dinámicas que sepan acompañar las iniciativas ciudadanas y potencien la participación de la población en las diferentes problemáticas socioambientales que evidencia hoy nuestra ciudad.

La generación distribuida representa un avance fundamental en la lucha contra el cambio climático y, a su vez, brinda la posibilidad de democratizar la energía en nuestro país y fomentar el desarrollo de soluciones sustentables de pequeña escala con un alto grado de participación ciudadana. Las problemáticas ambientales dejaron de ser tema de especialistas e investigadores para recaer en cada una de las personas que habitan este planeta, por lo cual, es vital potenciar este tipo de herramientas que brindan una llave accesible para la iniciativa pública, privada, individual y colectiva.

No debemos ver a las energías renovables y los desarrollos asociados a las mismas como una posibilidad incipiente o algo futuro y lejano. Tampoco tiene sentido la discusión sobre si resultan lo correcto o conveniente. Debemos asumir que las fuentes renovables son inevitables: son el único camino posible si buscamos un desarrollo real, sustentable y que nos encuentre como protagonistas en uno de los países con mayores ventajas para el aprovechamiento de ellas, y no como furgón de cola de beneficios y objetivos externos.

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