Las noticias de los últimos días sobre lo que ocurre entre el Estado de Israel y las poblaciones árabes de Palestina tienen al mundo en vilo. Este conflicto que puede rastrearse hace ya algunas generaciones entra en una nueva espiral de violencia sin horizonte aparente. La construcción de derechos y una cultura para la paz es clave para resolver el conflicto.
Como mucho de los problemas de Medio Oriente, el huevo de la serpiente se encuentra en las prácticas imperialistas que las potencias europeas desarrollaron en el resto del mundo. La partición del territorio entre Francia e Inglaterra sin considerar a las comunidades que vivían allí ha engendrado uno de los conflictos más difíciles de resolver del último siglo. Producto de esto hemos visto pogromos, guerras civiles, terrorismo y conflictos armados en toda la región. En concreto, para entender el problema entre palestinos e israelíes creo que resulta útil una frase del auto pro-paz Amos Oz. En su ensayo “Queridos Fanáticos” Oz afirma que palestinos e israelíes son hijos de un mismo padre abusivo, que sesgados por el trauma y el horror que se les ha impartido fallan en ver en su hermano un aliado y terminan siendo enemigos.
La realidad es que tanto el pueblo judío como el pueblo palestino tienen pleno derecho a la autodeterminación. Y estas ideas, en sí mismas, no son excluyentes ni perjudiciales una para con la otra. De hecho, hace casi 30 años palestinos, israelíes y la comunidad internacional llegaron a este consenso y lo sellaron en los Acuerdos de Oslo de 1993 y 1995.
Estos acuerdos establecían un camino para la creación de un Estado palestino que conviviese pacíficamente junto al Estado de Israel. Poco a poco la Autoridad Nacional Palestina (el órgano de gobierno surgido de estos acuerdos) adquiriría jurisdicción sobre territorios y responsabilidades en materia de seguridad, educación y salud hasta llegar a constituirse como un Estado soberano en todas sus formas.
¿Pero que ha pasado en este tiempo? El fanatismo y la radicalización de algunos sectores le han puesto un alto a estos avances. De esta forma hemos vista emerger violencia entre palestinos e israelíes e incluso hemos sido testigos de actos de violencia hacia el interior de cada nación como lo fue el asesinato de Isaac Rabin o la guerra civil que dividió a Palestina.
Hoy existen espacios de coordinación entre Israel y la Autoridad Nacional Palestina y esta última ejerce soberanía sobre parte de sus territorios. Es fundamental poder retomar la senda que los Acuerdos de Oslo han marcado para poder cerrar este proceso e iniciar una nueva etapa de convivencia pacífica y democrática.
Solamente bajo un régimen democrático es que como individuos podemos desarrollar al máximo nuestro potencial. Sólo bajo una democracia tenemos plena certeza de que podremos ejercer nuestros derechos y estos serán protegidos. El rechazo al terrorismo debe ser absoluto y debe ser una piedra fundante en la construcción de consensos. Es inadmisible la existencia de abusos hacia la población civil que no tiene otra alternativa más que la de vivir su vida donde desean, cerca de sus comunidades, de su historia y de su tierra. No dejemos que esta necesidad tan básica y humana sea pervertida por fanáticos que la utilizan para avanzar sus intereses y sus vanidades.
Por último, hagamos un llamado a conocer que es lo que ocurren en la región. Sostengamos una actitud crítica contra la violencia, informémonos y debatamos sobre la realidad de la región. Hagamos esto sin caer, ni dar pie, a expresiones que profundicen el odio, la islamofobia ni el antisemitismo.