La aparición del movimiento “Ni Una Menos” provocó en Argentina un debate más profundo sobre el rol de la mujer y los roles de género en la sociedad. Hemos visto importantes avances en esta materia y somos testigos de un paso importante en el camino hacia mayor equidad entre los géneros. Sin embargo, hay un actor al que no se le ha dado el debate necesario, los varones. Horrocks (2011), señala correctamente que la falta de atención es entendible y justificable, pero pensar como el patriarcado y el machismo oprime a los varones resulta clave para poder seguir avanzando en la construcción de derechos.
Es importante distinguir que es la masculinidad. La tarea no es sencilla ya que en gran medida las ciencias sociales han tratado lo masculino como el estado predeterminado, obviando las experiencias femeninas. A pesar de esto, al ser lo masculino el “default” tampoco se han creado herramientas para pensar que es efectivamente lo masculino. Para ilustrar podríamos citar una conversación entre dos mujeres, una blanca y una negra, que se preguntan “¿Qué ves cuando te ves en el espejo?”. La primera respondería “una mujer” y la segunda “una mujer negra”. Así lo “normal” no tiene conciencia de sus particularidades.
La masculinidad es una crisis para quienes la atravesamos. El problema con la masculinidad es que se presenta ante quienes la viven como un paquete cerrado que debe ser incorporado como un todo. Sin embargo, cada identidad que se reconoce como masculina presenta un sinfín de particularidades que crean igual cantidad de masculinidades. La masculinidad así oprime a quienes no forman parte de ella y restringe a quienes si lo son. Una especie de juego imposible donde el único ganador es un sistema patriarcal que se reproduce a sí mismo a través de los años.
Ante todo, la masculinidad es una construcción. No es verdadera, ni biológica, sino un simple producto de siglos de socialización. Es así como la masculinidad termina asociada a posiciones de poder. Si tuviésemos que preguntarnos que define la masculinidad podríamos afirmar que aquello es lo que sostiene o manifiesta el poder patriarcal y por oposición aquello que no es femenino.
Esta misma definición de masculinidad es el mismo motivo por el que los varones sufrimos con ella. Es imposible poder vivir una vida de exclusivo éxito y poder. Ante esta imposición es que los varones adoptamos una impostura. Rechazamos aquello (falsamente) asociado a lo femenino por estar ligado a una posición de debilidad y a la vez buscamos formas de aumentar nuestra fuerza o poder, o mejor dicho, la ilusión de esto mismo.
Ante este dilema afirmamos que existe una salida y es la de la suplantación de una única masculinidad por la de masculinidades. Al final de cuentas la masculinidad es aquello que el género masculino hace consigo mismo. Esta visión busca anular la visión cerrada y opresora de masculinidad y cambiarla por perspectivas diversas, fluidas y no tiránicas.
Es importante apostar a esta alternativa para poder lidiar con los elementos más opresivos de la vieja masculinidad. Podríamos afirmar que efectivamente en aquellos individuos donde existen más problemas para alcanzar situaciones de éxito y plenitud es donde más fuerte se vivencian los problemas de la masculinidad ¿Qué es un varón violento, sino más que un varón débil desesperado por encajar con los estándares de la masculinidad? Al no poder encontrar la seguridad dentro de sí debe afirmarla con su fuerza fuera de sí.
Con esto no buscamos una victimización del victimario. Si queremos poder brindar un aporte a la discusión de género desde un enfoque que a muchos les resulta desconocido y a partir de allí trabajar los elementos más problemáticos de la masculinidad sobre todo en aquellos que no se sienten interpelados o conmovidos por los feminismos.
Ahora ¿Cuál es la estrategia que debemos adoptar para transitar de una masculinidad a muchas masculinidades? No es un camino claro y no creo que sea un proceso automático, pero si estoy seguro de la toma de responsabilidades en ambientes no asociados a la masculinidad clásica es importante.
No hablo de colaborar o ayudar a la mujer en el ámbito doméstico. Me refiero a ser responsables de forma autónoma de las tareas del cuidado y del hogar. Estar con los hijos, encargarse de la cocina, las compras, el orden en general. Todas estas son tareas que históricamente las mujeres han sido relegadas por su condición de género y la mejor forma de terminar con estas dinámicas es incorporándolas como parte de la rutina de los varones.
Reniego de la idea de “ayudar” porque esa noción pone a las tareas domésticas como un accesorio, algo no fundamental en donde uno como varón asiste y coopera, pero no cuestiona ni transforma los roles de género. Tal vez la cuestión de las tareas domésticas se la más obvia de tocar, pero no por ellos significa que los cuestionamientos deban aplicarse exclusivamente allí.
Es un paso muy pequeño pero necesario el que proponemos. Para que haya equidad necesitamos deconstruir el género y apostar a un futuro distinto al presente que tenemos.
Horrocks, R. (2011). Masculinty in crisis: Myths, Fantasies and Realities