El avance del covid-19 y la instalación del aislamiento social trajo consecuencias inesperadas para las sociedades del mundo y la sociedad argentina. No solo revolucionó el orden privado forzándonos a recluirnos en nuestros hogares, sino que también transformó el orden público vaciando de personas la calle.
En Argentina esto quedó muy marcado con el último aniversario del 24 de marzo de 1976 donde por primera vez en más de 40 años no se realizó la multitudinaria movilización que reclama por los Derechos Humanos y la memoria de las víctimas del terrorismo de Estado.
El covid-19 y el aislamiento están transformando nuestra realidad y con cada día que pasa esto se vuelve más manifiesto y palpable. Sobre todo, en aquellos ámbitos donde la línea entre lo público y lo privado se vuelve borrosa. Forzados a abandonar el espacio público físico nos vemos empujados a la virtualidad. En gran medida el espacio público, más que nunca, se ha vuelto casi exclusivamente internet. Es así, en tanto es el único lugar donde los ciudadanos nos encontramos, charlamos y contrastamos nuestras ideas. Las video conferencias se han vuelto habituales en los hogares de todos y no es extraño ver que la toma de decisiones ocurre a través de este medio.
Esta situación de excepcionalidad se vuelve compleja y peligrosa. Por un lado, es necesario la toma de medidas urgentes para lidiar con la crisis. Por el otro, estas medidas dañan el tejido de nuestra democracia. Este estado de emergencia no ha suspendido las instituciones democráticas, por fortuna, pero prescinde de las mismas y se muestra autoritario. Y esta actitud permea sobre la sociedad.
Durante las últimas semanas fuimos testigos de letreros y mensajes que buscan amedrentar a posibles portadores del covid-19. Estos carteles atacan al espectro de profesiones exceptuadas de cumplir la cuarentena y buscan una especia de guetificación de los mismos instando a que cambien su domicilio para así evitar la “infección”. De la misma forma vemos como son los mismos vecinos que desde sus balcones se instituyen como una policía del mundo exterior escrachando y hostigando a quienes supuestamente violan el aislamiento. Es paradójico que en un contexto donde la solidaridad y la empatía se vuelven tan necesarias lo que emerge con más fuerza es la desconfianza.
El fenómeno que vemos en el gobierno y el que vemos en la sociedad son dos caras de la misma moneda, la de una sociedad quebrada y carente de puntos de referencia. Al mismo tiempo y por lo bajo se escurre una práctica peligrosa que es la normalización del control. Esta crisis a brindado los recursos para que sea legítimo la vulneración de nuestra privacidad. Al final del día nos encontramos que lo que se vulnera es un derecho tan básico y fundamental como la privacidad y la intimidad.
La lógica que ha implantado el gobierno tampoco es positiva. Lidiar con este virus como si estuviésemos tratando con una guerra es un error. Suponer que existen bandos y que el enemigo es invisible solo alimenta los sentimientos de desconfianza hacia dentro de nuestra comunidad. Aquí no hay ejércitos, ni soldados, ni comandantes. Mucho menos enemigos que deban ser eliminados. Recurrir a esta retórica no solo es lamentable, ya que es reminiscente de los momentos más oscuros de nuestra historia reciente, sino que también es dañino. No olvidemos que no hay ganadores en una guerra.
La única respuesta a esta fractura es una apuesta a los derechos de los ciudadanos. Recuperar el sentido de estos y velar por su protección es la mejor herramienta para atravesar el aislamiento sin un quiebre en la comunidad ni en el tejido democrático.
Es importante que existan controles, pero estos no pueden ser abusivos ni afectar los derechos individuales o colectivos. Es un momento crucial para hacer una puesta en valor de estos y poder pensar nuevos derechos y necesidades que emergen de esta situación.
Quizás lo más peligroso de todo esto es lo que venga después. Hoy ante la emergencia se toman medidas urgentes para paliar la situación ¿Qué garantías tenemos de que esas decisiones se limiten a lo que dure el aislamiento? Nuevamente, de tener un Congreso en funciones más o menos regulares este riesgo es menor ya que se requiere el acuerdo entre las partes. Pero hoy estamos abandonados al desarrollo de esta enfermedad.
Es difícil en un momento así hacer un llamado al entramado democrático, pero es importante poder hacerlo. Que la realidad que hoy vivimos sea solo una excepción depende de ello.