El último fin de semana me dejo, sinceramente, más preguntas que respuestas. Fuimos testigos de dos acciones que han marcado un punto de inflexión. Atestiguamos la victoria de Jair Bolsonaro en la disputa electoral por la presidencia de Brasil y una enorme movilización se concentró en la Ciudad de Buenos Aires para oponerse a lo que ellos denominan ideología de género.
Estos dos actos me preocupan. Me preocupa la violencia y la intolerancia que subyace detrás de cada uno de ellos. Los prejuicios que reproducen y la falta de información que enarbolan como valor fundamental.
Las sociedades democráticas se construyen a partir del disenso. A partir de que cada uno puede pensar de la forma que prefiera y del debate y la confrontación de estas perspectivas. A partir de un dialogo basado en la información, los hechos y el respeto mutuo. La movilización contra la ley de Educación Sexual Integral pone obstáculos a esta discusión ¿Puede objetarse una ley? Si. Pero debe objetársela en un debate público, con datos concretos. No podemos permitir que estas movilizaciones se vuelvan plataformas para que intolerantes y discriminadores cosechen adeptos.
Algo similar ocurre en Brasil, creo. Que un candidato abiertamente discriminador, racista y xenófobo haya obtenida tal mayoría en las elecciones nos habla de que algo en la sociedad brasileña se rompió. Su llamado a combatir la violencia con mayor violencia es una acción que condeno y encuentro infértil.
En este contexto las prácticas democráticas están en juego. Con esto no quiero decir que deberíamos cerrar el juego a ideas u opiniones que yo y mis círculos encontramos positivas, sino que debemos ir más allá. Tenemos que tender hacia una moderación del discurso en pos de la construcción de alternativas superadoras, que satisfagan a cada uno de forma específica y a todos nosotros de forma general. Al final la democracia se trata de eso.
El día de ayer recordábamos los 35 años de continuación democrática que inauguró el Dr. Alfonsín. No hay democracia sin tolerancia y respeto político. No hay democracia sin consenso. Quizás suenen fatalistas estas líneas, pero creo sinceramente que estamos ante un abismo del que no haya retorno si continuamos esta radicalización de posturas.
Hagamos el esfuerzo de entender las motivaciones del otro, conocer a quienes son distintos a nosotros y fundamentalmente seamos humanos. Al final del día somos simplemente personas que por un motivo u otro quedamos de un lado de la discusión. Reencontrarnos es un ejercicio fundamental.